viernes, 20 de septiembre de 2013

El tren cero

Me estoy volviendo una persona superficial. Sí, lo confieso, he leído esta novela porque me gustó mucho su portada. Es tan futurista, tan... Flash Gordon que no me pude resistir. Ya sé que la belleza está en el interior y tal y tal. Pero hombre, el libro no es bello en si mismo. Es duro, frío, gris, atemporal, ¿fantástico?. Como el acero. O el hormigón.  Pero no bello.
Bueno, de acuerdo, el argumento también me atrajo. Un gigantesco monstruo acorazado sobre raíles con origen y destino desconocidos (al igual que su mercancía) marca la vida y los tiempos de una estación de mantenimiento situada en medio de la nada y completamente aislada. Allí trabajadores, militares, desconfiados mandos, prostitutas y cantineros viven (o sobreviven) al son de sus horarios sin una razón, sin un por qué, sin un destino. Lo único que importa es el cumplimiento del deber: que el tren cero reposte y continúe su camino. Historias de amor, de desamor, de deseo y de odio reprimido se entrecruzan en una historia donde el tiempo pasa inexorable entre misterios que nunca se resolverán. Y si alguien se atreve a indagar en estos secretos sufrirá terribles consecuencias.
El encasillarla dentro de un estilo es más complicado. ¿Novela fantástica? Tiene tintes, pero no. ¿Novela social? Podría ser por su aguda crítica al totalitarismo stalinista que anulaba al individuo. Lo que sí te aseguro es que te hará pensar.

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