jueves, 28 de febrero de 2013

Memento mori

Siempre me han gustado los malos de libros y películas. ¡Y mira que hay muchos tipos de malos! Todos con ese puntito de maldad y locura en los ojos...  Pero es que hay malos muy malos; más que malos malignos. Tanto que, como es el caso de Augusto Ledesma, te resultan odiosos.

Quizá sea por las altas dosis de realismo que envuelve la novela. Y no me refiero solamente al realismo en la localización de la acción sino al realismo y crudeza de la narración.  INQUIETANTE.

Augusto lo tiene todo de cara a la galería. Es joven, atractivo, culto, tiene un buen trabajo (aunque el dinero nunca fue un problema para él porque la herencia de su familia le otorgó una vida resuelta) y cuida su cuerpo (para poder consumir bebida y drogas a discreción). Pero también posee un lado muy oscuro: es un peligroso sociópata. Desde muy joven su grave trastorno siempre ha salido flote en su forma más violenta.

Todo personaje malo tiene su némesis: Ramiro Sancho, un eficiente inspector de homicidios entregado a su labor que no cejará en su empeño de acabar con las andanzas de tan temible asesino.

En esta frenética confrontación intervendrán un reputado y enigmático especialista en crímenes violentos en serie y toda una pléyade de secundarios (buenos y malos) con interesantes papeles en la acción.

Bien ambientada, con localizaciones exactas de la acción en la ciudad de Valladolid, creíble por su realismo, con un ritmo que no decae, un argumento que atrapa desde el primer y asfixiante capítulo... ¡qué mas se puede pedir a un thriller ¡Ah! y con banda sonora incluida.

Revuélvete en tu sillón preferido mientras disfrutas esta turbadora y escalofriante novela. La maldad está donde menos lo esperas.

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